Ayer estaba ojeando «Antes del Fin» de Ernesto Sábato, libro que me conmovió y me conmueve hasta ahora, y caí sobre este relato en el cual no he podido dejar de pensar, porque yo sí creo en el amor loco, obstinado, terco. Lo comparto con ustedes.
Me estremeció una noticia que leí esta mañana en el diario; la recorté y la guardé en uno de los cajones de mi archivo, entre esos tantos retazos que en estos años me han ayudado a vivir.
Una mujer, en un crudo invierno, apenas con una remera y un pantalón, se escapó del Hospital Psiquíatrico con el deseo de ir a buscar a su compañero. Aprovechando la distracción del maquinista, robó una locomotora y, haciéndola funcionar sin dificultad, comenzó su odisea. Él había trabajado en el ferrocarril y le había enseñado a conducir trenes y «muchas cosas más».
«Si ustedes supieran lo que es el amor, me dejarían seguir», le decía al oficial que la detuvo y, mientras la llevaba a la comisaría, con llantos desesperados, gritaba: «¿Vos nunca hiciste nada por amor?».
¡Cuánto más humanos son estos gestos que los de tantos individuos que corren por la ciudad enceguecidos con sus proyectos!
He querido rescatar esta historia de entre mis papeles, ya que de alguna manera, cuando el razonamiento nos conduce al borde de la psicosis colectiva, estos actos son lo más parecido a una salvación.