Estos son días de luz y de esperanza en los que sentimos el abrazo de Dios a través del nacimiento del Mesías, el salvador que vino a traer el mensaje del amor y la fe al pueblo judío y a todos quienes luego abrazaríamos la fe cristiana. La practiquemos o no, ya crecimos la mayoría de nosotros con sus mensajes de amor que están incorporados en profundidades poco conscientes. Sus enseñanzas más contundentes las conocemos de memoria aun cuando nunca hayamos leído la Biblia porque están vinculadas con la idea de sociedad en la que deseamos vivir. Quién puede olvidar u oponerse a amar al prójimo como a uno mismo, o quién puede creer ser justo lanzando piedras a otros mientras decidimos ignorar nuestras propias fallas, quién puede creer que está bien segregar al enfermo, a la mujer, al extranjero, al que piense distinto.
Una de las cosas que más disfruto de sus enseñanzas, es la forma en la que él rompe el rito, la tradición y se burla de los leguleyos de la fe, aquellos que piensan que hay doctrinas más importantes que el amor. Con decepción miro ahora a gente de mi edad defendiendo con odio formas religiosas y juzgando la diferencia en la práctica espiritual sin darse cuenta de que así contradicen enseñanzas medulares suyas. Tal vez me equivoco y es importante cumplir radicalmente con todos los preceptos de la ley, pero ya lo dijo la mujer cananea, “hasta los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (Mateo 15:27). Si bien equivocados, todos podremos hacernos merecedores de tu gracia si tenemos fe. Y Señor, aunque tenga percepciones posiblemente erradas, mi fe es grande. No tengo, sin embargo, la constancia de la práctica espiritual. Me cuesta meditar, orar, sentirte cerca, entrenarme en escucharte. En esta Navidad quiero agradecerte por todas las bendiciones que traes a mi vida. Además, tengo un pedido especial, a partir de hoy quiero oírte alta y claramente. Quiero mis pasos sean guiados y que me enseñes a ser mejor persona. Quiero multiplicar tus bendiciones en la vida de otros, en especial en la de los míos. Ayúdame. Yo sé que tu puedes.
Dicen que la práctica espiritual y emocional es más dura que la física, porque uno sencillamente no ve resultados palpables como en el entrenamiento del cuerpo. Tal vez por eso, se puede ser hasta más constante al momento de ejercitar el físico. Hoy Señor, en Navidad, te pido que me hables claro, que me señales el camino hacia la sinceridad, la bondad, la felicidad, la generosidad. No es solo pereza ante mi falta de perseverancia, sino principalmente que mi mente interfiere demasiado. Háblame claro. Ya lo hiciste con Saulo de Tarso, y lo convertiste en Pablo, uno de los más fieles apóstoles, que antes debido a la rigurosidad de su fe judía se dedicaba a matar a cristianos. No sé si sea buena o mala la propagación de la cristianismo porque al final cada persona tiene su forma de llegar a ti. Decir que mi credo es verdad es arrogancia. Yo únicamente veo la historia personal de Pablo un milagro que quisiera experimentar en mi vida. Las veces que te he sentido cerca y te he escuchado han sido asombrosas y de inmensa ayuda. No quiero experiencias traumáticas ni cegueras temporales, pero sí quiero oírte claro y alto. Si bien no mato y persigo cristianos, cometo otras fallas graves que seguro golpean a la gente de mi entorno. Señor, así como convertiste a Saulo en Pablo, tu apóstol, en esta Navidad, conviérteme en algo mejor de lo que soy. Quiero, como él, escuchar tu consejo cuando este en desatinos. Ayúdame a mí también a enmendar y señálame cómo proceder.
En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
—¿Quién eres, Señor? —preguntó.
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues —le contestó la voz—. Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer. (Hechos 9: 3-6)