El 15 de febrero es mi cuarto aniversario de ser mamá. El nacimiento de mi hija y todo lo que estuvo alrededor de ese episodio es una de las experiencias que más me ha marcado en todas las formas posibles. Aunque no ha sido un proceso fácil, ella me ha convertido en alguien distinto. He logrado con relativo éxito superar cada una de las pruebas y descubrir lo mejor de la maternidad. Más allá de la indefensión de los primeros años que inspiran niveles de sacrificio y amor desconocidos, ella se ha convertido en mi maestra a través de sus palabras, miradas, caricias, razonamientos y dulzura. Su nobleza me conmueve, y a su corta edad, puedo ver ya en ella a la amiga que siempre soñé tener en una hija. Adoro la forma en la que me ayuda a sentirme mejor o ver la vida de forma distinta con sus consejos y recomendaciones.
Siempre me imaginé siendo mamá de una niña, pero no la pensé con tanto carácter y sabiduría. Me asombra la persona que se va formando en Ana Victoria. No quisiera, sin embargo, seguir hablando de cosas románticas, pues todos habrán oído de alguien, distintas experiencias de la maternidad. Hoy solo quiero contarles que Ana Victoria no es la única que está cumpliendo cuatro años, porque éste es mi cumpleaños también, quizá el más importante. Es el aniversario del nacimiento de la persona que en el embarazo también se fue gestando en mí y que se continuó formando durante los meses y años que siguieron al alumbramiento. Me gusta quien soy y como veo la vida tras su llegada. Por eso quiero agradecer, festejar y honrar la vida de Ana Victoria. Éste es su primer cumpleaños en el que no estaré presente, lo cual si bien me entristece, me ayuda a valorar aún más todo lo que ella trajo a mi vida cuando nació y todo lo que día a día ella me ofrece.
¿Cómo habrá reciprocidad al festejar la vida de alguien, si ésta misma es el mayor regalo de la propia existencia de uno? Resulta ingrato pensar en el obsequio de cumpleaños para esa persona cuya vida es lo más preciado que se tiene. La desproporción siempre será infinita.
Querida hija, me gustaría que veas lo que yo veo en ti. Que nunca dudes de lo grandiosa que eres. Quiero compartirte contigo. Mientras corran los años, ya irás siendo tuya por completo. Te regalo a ti misma Ana Victoria, porque tu eres lo mejor que tienes y lo mejor que yo conozco. Ya tomarás consciencia de tu fuerza y tu luz, y si algún las pierdes de vista, espero poder estar siempre cerca para ayudarte a recordar. Tu eres tu propio regalo y yo poco puedo añadir, más bien me deleito contemplándote y mostrándote lo poco que sé. Ahí seguiremos aprendiendo juntas. Espero darte todo lo que esté a mi alcance para ayudarte a descubrir la mejor versión de ti, así como tu lo haces en mí. Feliz cumpleaños hija mía.