Ayer olvidé por error la tarjeta de crédito que uso normalmente para todos mis gastos cotidianos. Cuando me di cuenta de ello, estaba ya en la caja lista para pagar el desbordante plato que había ordenado como almuerzo. Era lo que acá en Estados Unidos llaman “Bento Box” que es una opción dentro de la comida japonesa adaptada al estilo “fast food”. La caja contenía pollo, ensalada de algas, arroz integral, vegetales y un par de salsas que me fascinan. Ese día mi pedido fue más atractivo que de costumbre, y por lo tanto más caro, porque había adicionado unos rollos de sushi al menú. Debido al hambre que tenía decidí consentirme un poco más esa vez. No obstante, todo afán se vino abajo frente a la caja registradora. No tenía ni tarjeta ni dinero en efectivo. A penas pude reunir ocho dólares y la cuenta era de trece. El momento en el que la cajera me sonrío y dijo que no había problema pensé que me podían perdonar la diferencia. Ingenuidad. Por suerte, para cerciorarme se me ocurrió preguntar: -¿Debo devolver la comida? Ella, con la misma sonrisa sincera y amable dijo que sí.
Devolví la caja de comida y me retiré de la fila un tanto avergonzada, no por no tener dinero o por haber hecho esperar a la gente mientras buscaba posibilidades de pago. El bochorno venía de haber pensado por un instante que no me iban a cobrar los cinco dólares que me faltaban. Mi pena vino de comprobar que la solución más amable para resolver esta situación era botar la comida a la basura–porque claramente nadie iba a comer lo que ya había sido servido a mi gusto-. Perdonaron mi descuido con cortesía, pero por supuesto, no me permitieron comer algo que no había pagado. La traducción idiomática al inglés de la frase “nada es gratis en la vida” es justamente “no existe un almuerzo gratis”. En este caso se aplicaba literalmente. El costo de mi olvido recayó sobre el local japonés que tuvo que deshacerse de mi pedido. Mientras en mi mente pude justificar de múltiples maneras la decisión de la cajera, no dejaba de pensar en la tragedia que significa tirar comida a la basura, en los envases plásticos inútilmente malgastados y en el poco dinero en efectivo, que por suerte disponía, que debió que ser gastado en algo de menor costo en otro local. A cada quien lo que le corresponde. Supongo que hay una lógica, real pero macabra, en la pertinencia del desperdicio por sobre la gratuidad. Está bien y a la vez, no
.