Cuando perdí mi bebé, leí dos libros que me acompañaron con mensajes precisos. Coincidencias benditas. Abajo citaré pasajes que trajeron luz a mi estado de tristeza y culpa.
La ridícula idea de no volverte
El primer libro, «La ridícula idea de no volverte a ver» de la escritora española Rosa Montero, cuenta la vida de Marie Curie, no a modo de biografía, sino intercalando con reflexiones sobre sus propias experiencias, principalmente en torno a sus lutos y a la dificultad de encontrar un espacio sincero y real entre las obligaciones y expectativas familiares (de los padres), de la propia familia y de los deseos personales -que pueden entremezclarse entre sí. Diluirse.
Marie Curie, para complementar la brillantez de su cerebro y de obstinación de su voluntad, propia de quien sabe lo que desea, debió también moldear su carácter para poder ser la pionera en un mundo tan adverso para una mujer que quería dedicarse a la ciencia. Si ahora hay discriminación, a finales del siglo anterior, no podemos imaginar lo que ella debió vivir. El libro nos da pistas. Por esto, su carácter era duro y las manifestaciones físicas o emocionales de feminidad fueron autoreprimidas. Con Pierre, su esposo, además del amor, o como catalizador de este, les unió esa devoción que compartían por la ciencia.
La maternidad, sin embargo, complicó sus posibilidades de investigación, y la sobrecargó de trabajo. Además, acostumbrada a menospreciar o ignorar su condición de mujer, no supo sopesar los riesgos en los que se involucraba.
Rosa Montero cuenta que:
“Cuando Marie sacó el doctorado, en junio de 1903, estaba embarazada de tres meses (si está gestación fue tan mala como la primera, cosa que no sé, debió hacer el examen entre vómito y vómito. En agosto, ya de cinco meses, abortó”.
La ridícula idea de no volverte a ver
Según la biografía de Curie, realizada por Barbara Goldsmith, y citada en este libro, fue por el viaje en bicicleta de tres semanas que realizó junto a su esposo ante su insistencia. Para Rosa Montero, la radioactividad debió de tener su cuota de responsabilidad en su pérdida. En todo caso, la gran pedaleada con panza, demuestra la manera en que la pareja decidió ignorar la feminidad de Marie y su condición de embarazo.
Cuando Marie abortó a los cinco meses de embarazo cayó en una profunda depresión. Ella, «la puta ama», la que rompió todos los techos de cristal imaginables. ELLA, le cuenta a su hermana en una carta:
“Me siento tan consternada por este accidente que no he tenido el valor de escribirle a nadie. Me fui haciendo tanto a la idea de tener el niño que estoy absolutamente desesperada y nadie me puede consolar. Escríbeme, te lo ruego, si crees que ha sido culpa mía por mi fatiga general, pues debo admitir que no he ahorrado mis fuerzas. Tenía confianza en mi constitución y ahora lo lamento con amargura, ya que lo he pagado caro. El bebé -mi niñita- estaba en buenas condiciones y vivía. ¡Y yo la deseaba tanto!”
La ridícula idea de no volverte a ver
Montero dice que esta carta es “la pena y la culpa en carne viva”. Si ella, que LA DURA, siente esa desesperación, ¿qué se puede esperar de una pobre mortal? ¿Cabe esa culpa?
Así nos sentimos también las simples mortales como yo. Exactamente así. Sin poder hablar con nadie. Culpables y desoladas. Para salir del encierro de mis sentimientos, empecé a tomar nota de lo que sentía durante semanas. Pequeños párrafos. De ahí nació el post: Mi bebé perdido, que tuvo una altísima acogida al punto de llevarme a una entrevista en el programa de Radio, Desde mi Visión, de Michelle Oquendo Sánchez. Cuando me pregunto sobre mi motivación a escribir, de mí surge la idea del desahogo.
Sin embargo, una vez más este libro lo explica de mejor manera. En esta ocasión, Rosa Montero habla de su propia experiencia de luto y pérdida de su pareja:
“Lo que acabo de hacer es el truco más viejo de la Humanidad frente al horror. La creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza. El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor. Las novelas no los vencen (son invencibles), pero nos consuelan del espanto”.
La ridícula idea de no volverte a ver
No escribo ficción, hablo de mí. No me comparo con esa maestra, sin embargo, coincido en la palabra nos une con el resto de la humanidad. Nos hace sentir identificados con problemas de otros, de otras, similares a los nuestros.
Hay que hacer algo con todo eso que está dentro, para que no nos destruya.
Un mar violeta oscuro
Con toda pérdida viene la tristeza y ésta es agravada por la ya mencionada culpa. Lo que pude haber hecho para evitar el suceso o lo que hice para provocarlo. Sobre esto, de esas palabras calurosas que llegaron de la empatía de otras mujeres que han pasado lo mismo, me caló el mensaje de que existen mujeres que lograron llevar a término su gestación en situaciones mucho mucho más adversas u osadas que las nuestras. Inclusive que la de Marie, con su bicicleta, su radio y polonio.
A los pocos días de la pérdida de mi bebé, continué leyendo “Un mar violeta oscuro” de la escritora ítalo-española Ayanta Barilli. En este pasaje, ella cuenta la historia de su propia concepción en los años que sus padres vivieron en Asia.
“El 30 de mayo de 1968, noche de San Fernando, llegan a Kaoshiung, una ciudad taiwanesa de mala muerte, y allí se meten en un antro que ofrece un licor brutal llamado kaoliang. Para celebrar la onomástica, agarran una borrachera tal que les cuesta una resaca de nueve meses: Caterina se queda embarazada. Buscan un lugar donde abortar, pero no lo encuentran. Prosiguen su viaje, prosigue su embarazo a pesar de las salvajes condiciones en que viven y se desplazan: carreteras accidentadas, autostop, bicicleta, altas temperaturas, disenterías. Visitan Corea, las islas japonesas, Okinawa, de nuevo Taiwán, y Hong Kong, Filipinas, Saigón, Camboya, Laos, Tailandia, Malasia, Indonesia. Cruzan la India hasta Nepal, atraviesan Paquistán, Afganistán y Turquía. Y ahí se plantan. Caterina quiere volver a casa. Toman el Orient Express en Estambul hasta Venecia y de ahí otro tren a Roma.
En la estación los esperan Ángela, Cécrope y Carlotta, que nada sabe de la buena nueva. Lo primero que ven es el abultado vientre de una mujer que está en los huesos. A Caterina le falta menos de un mes para dar a luz”.
Un mar violeta oscuro
Despojarnos de la culpa es liberador. Eso no quita el dolor y la necesidad del luto. No minimiza la tragedia y ni la procesión que cada mujer lleva dentro. No obstante, ayuda a aceptar la pérdida, el hecho de tomar consciencia de que en la mayoría de los casos, estas pérdidas ocurren cuando un embarazo no es viable sin nada que se pueda hacer.