Mi hijo tiene dos meses y decir que estoy agotada es poco. Hasta puedo asegurar que esas horas tratando de calmar cólicos y ayudar a conciliar el sueño a mi cría, han sumado años a mi rostro y articulaciones. Tengo ojeras permanentes, que espero que puedan desaparecer en algún futuro no tan lejano. Hoy estoy molida. Ese gordito que tanto peso ha ganado, hace presión en mis magras lumbares, rodillas y caderas. El cansancio ha llegado a límites insospechados y no parece tener alivio próximo.
Yo que tengo a mi mamá cerca, que gozo de ayuda doméstica remunerada y que tengo un esposo que ejerce la paternidad de manera responsable y comprometida, siento el peso de esta etapa en mi cotidianidad, consagrada de manera exclusiva a esa otra vida. Estos días son días de entrega ilimitada para el bienestar de mi pequeño. Pero que no se me malinterprete. Estoy feliz. Cansada pero feliz. Mi niño es hermoso. Sus sonrisas y gorjeos son mi recompensa.
Mi bienestar, a pesar del cansancio crónico, radica en el hecho de que mi hijo era un sueño que tenía en mí desde hace varios años. Es un niño, deseado, esperado y amado. Aun así, con mi esposo, en los momentos de crisis de llanto sin tregua, bromeamos diciendo que, si no fuera tan lindo él guagua, ya le hubiésemos dejado en el mercado. Fuera de chiste, es tan demandante la maternidad y la paternidad, que, si no estás totalmente comprometido, no veo cómo podrías ejercer esta labor a medias, sino a un altísimo costo de tu salud emocional y mental y del bienestar presente y futuro de tu pequeño: humanos rotos. Habrá aquellos que con el tiempo se vayan enamorando del su cría y su nuevo rol, pero seguro existen millones de personas que nunca lograron reconciliarse con esa responsabilidad inesperada.
¿Es deseable que la maternidad sea obligada? ¿Qué seres podemos esperar fruto del desgano? La tarea no es fácil como para ejercerla de manera mediocre, con heridas y con desinterés.
Mi cansancio también se debe a lo monotemática de la vida de quien cuida a un recién nacido: él ocupa mis días casi en su totalidad y hay escasos momentos de esparcimiento. Él es mi principal actividad diaria. Además, las malas noches golpean fuerte aun cuando nunca gocé del don de dormir bien. Finalmente, el hecho de que mi cuerpo se convertido en una máquina de alimentar al pequeño que cada vez come más, demanda de mi humanidad, la poca energía que me queda.
No imagino lo que tenían que aguantar las esposas de antes. La pesadez de tener que ser mamá a tiempo completo de un bebé recién nacido y a la vez cumplir el rol de esposa de un macho. Para colmo, lavando pañales muchas veces a mano. Como para pegarse un tiro. Algo insoportable, injusto y extenuante.
Si alguien esperase de mí, en la actualidad, más actividades domésticas que cuidar de mi humano pequeñito, me le reiría en la cara. ¿Qué clase de super mujer tenías que ser para dividirte en miles? Pues ninguna. Hacías todo a medias. De ahí deben venir los credos con los que quieren evangelizarnos las madres de la generación pasada: “dejar que lloren” y hacer que “no se acostumbren al brazo” era una manera de supervivencia más que una estrategia de crianza. ¿Quién va a poder ocuparse de la casa, de planchar las camisas y alimentar al marido a la vez que se cuidaba a la cría?
Era el niño de semanas de nacido, quien supuestamente debía aprender independencia, en lugar de que el marido aprenda a ser un adulto funcional, se ocupe de él mismo y asuma su rol en la crianza. Los padres de la generación pasada, con un dejo de vergüenza y orgullo, comentan que nunca cambiaron pañales y apenas cargaron a los niños sino hasta una edad considerable, porque lucían muy frágiles de pequeños.
Y bueno, los tiempos pasados eran otros. Sin embargo, a pesar de todas las redefiniciones que tenemos que enfrentar las mujeres de mi generación siendo la más grande, la desmitificación del hecho de que podemos hacerlo todo bien al mismo tiempo -super profesional y super mamá- no envidio en nada a las de la generación pasada. Sobretodo no a las casadas con machos.
Ojalá que cuando mí nena sea adulta, tenga aun mejores condiciones si elige ser madre y le parezcan obscenas muchas injusticias que todavía persisten en mi generación. Que la maternidad siempre sea deseada. Que ya no exista el estigma si se opta por ser o no madre. Que los padres continúen involucrándose cada vez más en la crianza de los niños. Que haya una mejor conciliación trabajo-familia y que los derechos laborales vinculados a la crianza no sean un peso y goce que recae casi exclusivamente en la mujer, afectando sus posibilidades de permanencia y reinserción en la vida profesional y aumentando la brecha salarial. Que no sea invisible el cuidado en la economía y que se revalorice la vital labor de quienes crían a humanitos en la primera infancia y tratan de hacerlo de la mejor manera posible, para evitar lanzar legiones de seres rotos a las calles. Al final, una buena crianza en los primeros años de vida es la base para una mejor sociedad.
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PD: Acá dejo un documental cortito de lo vital de esos años y lo poco que nuestras sociedades valoran el rol de la crianza. La crianza es un asunto de todos y atañe a padres, madres, familias, ciudades y estados nacionales, llamados a fortalecer las políticas públicas para un mejor desarrollo de los niños, y por lo tanto de los países.
¿Qué es lo que hace a un niño inteligente? | DW Documental
2 comments
Q bien descrita la etapa de la maternidad y sobretodo los primeros meses, es así son extenuantes y agotadores, pero la satisfacción de verlo crecer sano física y emocionalmente no tiene precio. Te felicito x tu decisión de vida, xq cambiando la forma de criar, cambias el mundo.
Algo q también es de mucho apoyo son los círculos de crianza, nosotros teníamos uno antes de la pandemia, pronto lo volveremos a tener. Suerte y disfruta de cada segundo con tu pequeño, son un regalo de la vida.
Acabo de ver que no había respondido este comentario. Muchas gracias Alexandra por tus palabras. He avanzado en la ruta de criar un bebé y él también va creciendo. Las cosas van mejorando aunque cada nueva etapa viene con nuevos retos. Verlo crecer, como dices, no tiene precio! Saludos.